domingo, 2 de diciembre de 2012

La Geometría Sagrada

La Geometría Sagrada es una expresión planteada en el esoterismo y el gnosticismo, basada en el hecho de que existen relaciones relevantes entre la geometría, las matemáticas y la realidad.

En todo diseño se tienen en cuenta cuatro componentes: lo conceptual, lo visual, lo relacional y lo práctico; siendo elementos conceptuales aquellos que no son visibles, como el punto, la línea, el plano y el volumen. Cuando los elementos conceptuales se hacen visibles, adquieren forma. La palabra «forma» se confunde con «figura». No obstante, una forma tridimensional puede tener múltiples figuras bidimensionales, cuando se la ve sobre una superficie lisa. La forma es entonces la apariencia visual total de un diseño y se identifica por su figura, tamaño, color y textura.

La Geometría Descriptiva ha sido la encargada de la representación gráfica en superficies bidimensionales y de resolver los problemas del espacio en los que intervienen puntos, líneas y planos. Mediante proyecciones, traslada los puntos de una figura a una superficie.

Para Platón, hay cinco sólidos tridimensionales de aristas, ángulos y caras iguales; tales sólidos platónicos son el tetraedro, el cubo, el octaedro, el icosaedro y el dodecaedro. Esta exposición la hace en su diálogo el Timeo, en el que plantea que de la quinta combinación, (dodecaedro) Dios se sirvió para trazar el plano del Universo.

Dodecaedro
Para Blavatsky la geometría es la quinta llave que permite interpretar la vida, las cuatro primeras son: la fisiológica, la psicológica, la astrológica y la metafísica, la sexta es la simbólica y la séptima la matemática.

Desde la fisiología, la aplicación de la Geometría se puede encontrar en el Hombre de Vitruvio propuesto por Leonardo da Vinci. Para Fritjof Capra los tres criterios clave para la vida y sus teorías subyacentes son: el patrón de organización, como configuración de relaciones (forma, orden y cualidad) que determina las características esenciales del sistema; la estructura o la corporeización física (substancia, materia, cantidad) del patrón de organización del sistema y el proceso vital como actividad involucrada en la continua corporeización física.

Desde la metafísica el símbolo más representativo es el Cubo de Metatrón, ya que contiene la réplica tridimensional de cuatro de los cinco sólidos platónicos, a los que Pitágoras llamaba sólidos perfectos. En las Escuelas de Egipto, a estas cinco formas, más la esfera se les consideraba originarias de los cinco elementos primordiales: tierra, fuego, aire, agua y éter.

Teniendo en cuenta la Geometría, la vida se inicia como un óvulo o esfera, pasa a convertirse en un tetraedro, después en una estrella tetraédrica y posteriormente en un cubo, a continuación en una nueva esfera y termina en un corpúsculo tubular.

De acuerdo con la semiótica, un símbolo es la representación de una idea. Para Djwhal Khul la representación del punto, la línea, el triángulo, el cuadrado, la cruz, el pentágono y el círculo, significa el reconocimiento de un vínculo con el conocimiento que ha determinado el desarrollo hasta la fecha. Plantea que en todas las razas hay siete formas análogas y actualmente son veintiuno los símbolos básicos que en forma geométrica encierran los conceptos de la civilización.

La esfera giratoria de materia puede ser representada empleando los mismos símbolos generales cósmicos que se utilizan para representar la evolución: el círculo representa el límite de la materia indiferenciada, la circunferencia con un punto en el centro representa la producción de calor en el corazón de la materia como un punto de fuego, la división del círculo en dos partes, marca la rotación activa y la iniciación del movimiento del átomo de la materia, la división del círculo en cuatro partes representa la cruz de brazos iguales del espíritu santo, personificación de la materia inteligente activa; como símbolo astrológico representa el planeta Tierra y la esvástica representa el fuego que se extiende de la periferia al centro en cuatro direcciones, que circula e irradia gradualmente alrededor de toda ella.

Leonardo Fibonacci fue el matemático que descubrió determinado orden en el crecimiento de las plantas. La secuencia es 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, 233... Si se divide un término de esta secuencia por el anterior, repitiendo el proceso el número se va acercando a 1,6180339 (89/55), coincidiendo con el Número Áureo definido por Euclides. La causa de este modelo secuencial se encuentra en la espiral media dorada que gira sin principio ni fin.

En matemáticas, Rosa Polar es el nombre que recibe cualquier miembro de una familia de curvas de ecuación  por asemejarse a una flor de pétalos. Esta familia, también conocida como rhodoneas (del griego rhodon, rosa), fue estudiada por el matemático Luigi Guido Grandi, en torno al 1.725, en su libro «Flores Geometrici».

Fue el matemático francés Benoit Mandelbrot, quien acuñó el término Fractal para describir la geometría de una gran variedad de fenómenos naturales irregulares. La trama de la vida sería una estructura base de la conciencia, que distribuye cada totalidad como fractales de la estructura base. La matriz, por ende, tiende a ser una estructura de luz que engloba todo acondicionamiento de conciencia para ser esta estructura. En la psicología arquetípica, se le conoce a este patrón de luz como Mandala.

Fuente: Wikipedia. La enciclopedia libre

martes, 24 de julio de 2012

Los Esenios


Sobre el origen de la palabra esenios se han tejido varias hipótesis: puede provenir de la palabra "santos" (en griego ossa), o ser una referencia a "los piadosos" hasidei, en arameo hesé; o venir del hebreo, osei hacedores (de la Ley), eça consejo o assayya sanadores o terapeutas. El Talmud los llamó "bautistas matinales". Escritos árabes se refieren a ellos como magaritas, "de las cuevas".

Los esenios (del griego Essinoi u Ossa) eran una secta judía, establecida probablemente a mediados del siglo II a. C., tras la revuelta macabea y cuta existencia hasta el siglo I está documentada por distintas fuentes. Sus antecedentes inmediatos podrían estar en el movimiento hasideo, de la época de la dominación Seléucida (197 a 142 a. C.).

Durante mucho tiempo fueron sólo conocidos por las referencias de autores antiguos, tales como Plinio el Viejo, Flavio Josefo, Filón, Dión Crisóstomo, Hipólito de Ostia y Epifanio de Constancia, aunque para algunos estudiosos, los esenios eran un grupo de ascetas que vivían aislados en comunidades separadas, probablemente la mayoría de los varios miles de miembros de la secta vivían en pueblos y ciudades y una importante comunidad esenia vivía en Jerusalén, en cuyas murallas se encontraba la "puerta de los esenios", que ha sido encontrada ya por los arqueólogos.

Tras la Revuelta Macabea (166-159 a. C.), que habían apoyado pero cuyos resultados finales no compartieron, se retiraron al desierto para "preparar el camino del Señor", bajo el mando de un nuevo líder, el Maestro de Justicia.

Si alguien deseaba ser miembro de la comunidad (Yahad) debía ser instruido, aceptado y luego pasar dos años de prueba para ingresar definitivamente. A los que hacían el juramento y entraban en la comunidad se les exigía una vida entera de estudio de la Ley, humildad y disciplina. No volvían a jurar pues estaban obligados a decir siempre la verdad. Sus bienes pasaban a ser parte de toda la comunidad y, al igual que los frutos del trabajo personal, se distribuían según las necesidades de cada uno, dejando una parte para auxiliar a pobres, viudas, huérfanos, mujeres solteras de edad, desempleados, forasteros y esclavos fugitivos que, sin ser integrantes de la comunidad, requirieran ayuda. Se imponía también la observancia de un estricto código de disciplina, cuya base era la corrección fraterna mutua. Por lo general, las mujeres no eran aceptadas dentro de la comunidad, y los hombres practicaban el celibato toda su vida, aunque según Josefo, una parte de los esenios sí permitían el matrimonio y entre las Normas de Qumran se reconoce claramente la opción de casarse, pero se exige monogamia estricta para todas las personas, incluso los reyes.

Administraban la interpretación última de la Ley que había sido revelada a su fundador, a quien se hace referencia en sus escritos como el Maestro de Justicia. Este personaje, del que se especula más gracias a los Manuscritos del Mar Muerto, actuó hacia el 150 a. C. y se habría opuesto al Sumo Sacerdote Jonatán, hermano de Judas Macabeo, al considerar que había abandonado la fidelidad a Dios. Sus seguidores marcharon a Qumrán, sitio que los integrantes de la comunidad llamaron Damasco. La arqueología muestra que la ocupación de Qumrán fue intensa del 103 al 76 a. C., durante los reinados de Aristóbulo I y Alejandro Janeo, quienes persiguieron cruelmente a sus opositores.

El Esenismo no se limitó a Qumrán. Se sabe que en el siglo I en Jerusalén había un barrio esenio. Muchos esenios, unos 4.000, según Flavio Josefo, vivían en las ciudades, de una forma particular, pacifista, en comunidad de bienes, manifestando su doctrina. Según este autor, parte de los esenios no se casaban, pero otros por el contrario sí lo hacían. Entre estos últimos estaban los de Qumrán, que debían contraer matrimonio a la edad de 20 años.

La comunidad de Qumrán, se autosostenía con los trabajos agrícolas. En las ruinas es notable el número de depósitos de agua. Estos eran imprescindibles para las necesidades físicas de la comunidad en medio del desierto, pero también desempeñaban una parte importante de su ritual, que incluía numerosos lavados. Algunos han supuesto que, así como los terapeutas egipcios, dentro de sus leyes y deberes los esenios eran vegetarianos, pero no hay absolutamente nada que indique tal cosa en los rollos de Qumran.

Se ha especulado con que Jesús de Nazaret y Juan el Bautista tenían relación con ellos o incluso pertenecían a la secta: "parece que Juan el Bautista y tal vez también Jesús y su familia fueron cercanos a esta comunidad. En cualquier caso, en los manuscritos de Qumrán hay múltiples puntos de contacto con el mensaje cristiano. No puede descartarse que Juan el Bautista viviera un tiempo en esta comunidad y haya recibido en ella, en parte, su formación religiosa". Entre ellos se ha querido ver el germen del cristianismo y Renán llegó a escribir que "el cristianismo fue en gran medida el esenismo triunfante".

Respecto a si Jesús perteneció a la congregación de los esenios, se tiene una referencia en el evangelio de Juan 10:22-23, donde habla que Jesús asistió a la Fiesta de la Dedicación o Jánuca, de la cual se cree que los esenios no compartían, por considerar dicha fiesta ilegal. Jesús estaba en Jerusalén desde dos meses antes, cuando había ido a la Fiesta de las Tiendas (Juan 7:2-10). Por otra parte, si se sigue los evangelios sinópticos, es posible que Jesús haya celebrado la Pascua en la fecha indicada en el calendario seguido en Qumran, ya que los mismos indican claramente que la última cena fue una celebración de Pascua (Mateo 26:17-19, Marcos 14:12-16, Lucas 22:7-15) y además que la unción de Betania ocurrió dos días antes de la Fiesta de los Panes Sin Levadura y la Pascua, mientras que el evangelio de Juan indica que la unción de Betania fue seis días antes de la Pascua (Juan 12:1) y Jesús murió el día anterior a la Pascua oficial (Juan 16:31). Lo cierto es que la Biblia no hace referencia alguna al término Esenio o alguna comunidad con tales características; tampoco se ha encontrado testimonio histórico que designe a alguna comunidad o secta con el nombre de "Esenios" en fuentes hebreas o arameas y los Rollos de Qumran usan designaciones como "comunidad de los santos", "congregación de los pobres", "asamblea de los numerosos".

Fragmento de los Rollos de Qumran

En el siglo XIX, los esenios fueron popularizados por los escritos del espiritista Allán Kardec (1.804-1.869) y la teósofa Madame Blavatsky (1.831-1.891).

Estudios recientes, particularmente los relacionados con la Dra. Rachel Elior de la Universidad Hebrea de Jerusalén, sugieren que los Manuscritos del Mar Muerto o Rollos de Qumrán, no fueron escritos por los Esenios, sino por sacerdotes expulsados del templo de Jerusalén. Para Elior, los Saduceos, una secta descendiente del sumo sacerdote Sadoc que ungió a Salomón como rey, son los verdaderos autores de los rollos de Qumrán, los mismos que pertenecieron al Templo y se trasladaron al Mar Muerto con la intención de protegerlos. Rachel Elior también afirma que los Esenios fueron introducidos por el historiador Flavio Josefo, mientras que no existe mención alguna de los Esenios en los manuscritos del Mar Muerto; a la vez que no se encuentra testimonio histórico de los Esenios en fuentes hebreas o arameas. Considera atípico que personas que hubiesen coexistido en vida comunitaria de forma parca y frugal –contrario a la ley de la Tora– no aparezcan mencionados en fuentes hebreas o griegas.

La autoría saducea de los Rollos del Mar Muerto, ha sido refutada por varios expertos, ya que las Reglas de Qumran y el Documento de Damasco exigen explícitamente la comunidad de bienes como requisito de ingreso, lo cual era opuesto a las prácticas saduceas. Los qumranitas se designaban como "los pobres", mientras los saduceos pertenecían a la crema de la sociedad rica y aristocrática. Aunque los autores de los rollos encontrados reclaman su origen sacerdotal y por tanto un origen común con los Saduceos, también denuncian que el Templo fue contaminado por la corrupción de los sacerdotes que quedaron allí, por lo cual es imposible que fueran estos últimos al huir quienes hayan preservado los rollos. Durante los años de control saduceo del Templo, del 134 al 76 a. C., durante los gobiernos de Juan Hircano, Aristóbulo I y Alejandro Janneo, los autores de los rollos fueron severamente perseguidos, luego es claro que no eran saduceos sino sus contradictores. La angelología, así como la  insistencia de los diversos rollos en seguir el calendario solar del Libro de los Jubileos y 1 Henoc excluye también la posibilidad de una autoría saducea.

Según The Interpreter’s Dictionary of the Bible, los esenios eran aún más exclusivos que los fariseos y “a veces podían ser más farisaicos que estos mismos”. Sin embargo, mientras los fariseos, para salvar una propiedad, permitían que un sábado se sacara de un pozo a una res accidentada ("vosotros" Mateo 12:11), pero se oponían a curar a las personas en sábado, los esenios se oponían a rescatar una vaca de un pozo el sábado, pero a la vez si se trataba del accidente de una persona un sábado, mandaban quitarse las ropas y rescatar con ellas a quien fuera que hubiera caído al agua, inmediatamente, el mismo sábado (Documento de Damasco XI:12-15).

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sábado, 21 de julio de 2012

La Alquimia


En la historia de la ciencia, la alquimia (del árabe al-kīmiyā) es una antigua práctica protocientífica y una disciplina filosófica que combina elementos de la química, la metalurgia, la física, la medicina, la astrología, la semiótica, el misticismo, el espiritualismo y el arte. La alquimia fue practicada en Mesopotamia, el Antiguo Egipto, Persia, la India y China, en la Antigua Grecia y el Imperio romano, en el Imperio islámico y después en Europa hasta el siglo XIX, en una compleja red de escuelas y sistemas filosóficos que abarca al menos 2.500 años. La alquimia occidental ha estado siempre estrechamente relacionada con el hermetismo, un sistema filosófico y espiritual que tiene sus raíces en Hermes Trismegisto, una deidad sincrética grecoegipcia y legendario alquimista. Estas dos disciplinas influyeron en el nacimiento del rosacrucismo, un importante movimiento esotérico del siglo XVII. En el transcurso de los comienzos de la época moderna, la alquimia dominante evolucionó en la actual química.

Actualmente es de interés para los historiadores de la ciencia y la filosofía, así como por sus aspectos místicos, esotéricos y artísticos. La alquimia fue una de las principales precursoras de las ciencias modernas, y muchas de las sustancias, herramientas y procesos de la antigua alquimia han servido como pilares fundamentales de las modernas industrias química y metalúrgica. Aunque la alquimia adopta muchas formas, en la cultura popular es citada con mayor frecuencia en historias, películas, espectáculos y juegos como el proceso usado para transformar plomo (u otros elementos) en oro. Otra forma que adopta la alquimia es la de la búsqueda de la piedra filosofal, con la que se era capaz de lograr la habilidad para transmutar oro o la vida eterna. En el plano espiritual de la alquimia, los alquimistas debían transmutar su propia alma antes de transmutar los metales. Esto quiere decir que debían purificarse, prepararse mediante la oración y el ayuno.

La percepción popular y de los últimos siglos sobre los alquimistas, es que eran charlatanes que intentaban convertir plomo en oro, y que empleaban la mayor parte de su tiempo elaborando remedios milagrosos, venenos y pociones mágicas. Fundaban su ciencia en que el universo estaba compuesto de cuatro elementos clásicos a los que llamaban por el nombre vulgar de las sustancias que los representan, a saber: tierra, aire, fuego y agua, y con ellos preparaban un quinto elemento que contenía la potencia de los cuatro en su máxima exaltación y equilibrio. La mayoría eran investigadores cultos, inteligentes y bien intencionados, e incluso distinguidos científicos, como Isaac Newton y Robert Boyle. Estos innovadores intentaron explorar e investigar la naturaleza misma. La base es un conocimiento del régimen del fuego y de las sustancias elementales del que tras profundas meditaciones se pasa a la práctica, comenzando por construir un horno alquímico. A menudo las carencias debían suplirse con la experimentación, las tradiciones y muchas especulaciones para profundizar en su arte.

Para los alquimistas toda sustancia se componía de tres partes: mercurio, azufre y sal, siendo estos los nombres vulgares que comúnmente se usaban para designar al espíritu, alma y cuerpo. Estas tres partes eran llamadas principios. Por manipulación de las sustancias y a través de diferentes operaciones, separaban cada una de las tres partes que luego debían ser purificadas individualmente, cada una de acuerdo al régimen de fuego que le es propicia, la sal con fuego de fusión y el mercurio y el azufre con destilaciones recurrentes y suaves. Tras ser purificadas las tres partes en una labor que solía conllevar mucho tiempo, y durante el cual debían vigilarse los aspectos planetarios, las tres partes debían unirse para formar otra vez la sustancia inicial. Una vez hecho todo esto la sustancia adquiría ciertos poderes.

A lo largo de la historia de esta disciplina, los aprendices de alquimista, se esforzaron en entender la naturaleza de estos principios y encontraron algún orden y sentido en los resultados de sus experimentos alquímicos, si bien a menudo eran socavados por reactivos impuros o mal caracterizados, falta de medidas cuantitativas y nomenclatura hermética. Esto motivaba que, tras años de intensos esfuerzos, muchos acabaran arruinados y maldiciendo la alquimia. Los aprendices por lo general debían empezar por trabajar en el reino vegetal hasta dominar el régimen del fuego, las diversas operaciones y el régimen del tiempo.

Para diferenciar las sustancias vulgares de aquellas fabricadas por su arte, los alquimistas, las designaban por el mismo nombre de acuerdo a alguna de sus propiedades, si bien procedían a añadirle el apelativo de «filosófico» o «nuestro». Así, se hablaba de «nuestra agua» para diferenciarla del agua corriente. No obstante, a lo largo de los textos alquímicos se asume que el aprendiz ya sabe diferenciar una de otra y, en ocasiones, explícitamente no se usa, ya que de acuerdo al arte hermético «no se debe dar perlas a los cerdos», razón por la que muchos fracasaban al seguir al pie de la letra las diferentes recetas. La «iluminación» sólo se alcanzaba tras arduos años de riguroso estudio y experimentación. Una vez que el aprendiz lograba controlar el fuego, el tiempo de los procesos y los procesos mismos en el reino vegetal, estaba listo para acceder a los arcanos mayores, esto es, los mismos trabajos en el reino animal y mineral. Sostenían que la potencia de los remedios era proporcional a cada naturaleza.

Los trabajos de los alquimistas se basaban en las naturalezas, por lo que a cada reino le correspondía una meta: al reino mineral la transmutación de metales vulgares en oro o plata, al reino animal la creación de una «panacea», un remedio que supuestamente curaría todas las enfermedades y prolongaría la vida indefinidamente. Todas ellas eran el resultado de las mismas operaciones. Lo que cambiaba era la materia prima, la duración de los procesos y la vigilancia y fuerza del fuego. Una meta intermedia era crear lo que se conocía como menstruo y que lo que ofrecía era una multiplicación de sí mismo por inmersión de otras substancias semejantes en fusión/disolución (según su naturaleza) con éstas. De modo que se conseguía tanto la generación como la regeneración de las substancias elementales. Estos no son los únicos usos de esta ciencia, aunque sí son los más conocidos y mejor documentados. Desde la Edad Media, los alquimistas europeos invirtieron mucho esfuerzo y dinero en la búsqueda de la piedra filosofal.

Los alquimistas sostenían que la piedra filosofal amplificaba místicamente el conocimiento de alquimia de quien la usaba tanto como fuera posible. Muchos aprendices y falsos alquimistas, tenidos por auténticos alquimistas, gozaron de prestigio y apoyo durante siglos, aunque no por su búsqueda de estas metas ni por la especulación mística y filosófica que se desprendía de su literatura, sino por sus contribuciones mundanas a las industrias artesanales de la época: la obtención de pólvora, el análisis y refinamiento de minerales, la metalurgia, la producción de tinta, tintes, pinturas y cosméticos, el curtido del cuero, la fabricación de cerámica y cristal, la preparación de extractos y licores, etcétera. La preparación del aqua vitae, el «agua de vida», era un experimento bastante popular entre los alquimistas europeos.

Los alquimistas nunca tuvieron voluntad para separar los aspectos físicos de las interpretaciones metafísicas de su arte. La falta de vocabulario común para procesos y conceptos químicos, así como también la necesidad de secretismo, llevaba a los alquimistas a tomar prestados términos y símbolos de la mitología bíblica y pagana, la astrología, la cábala y otros campos místicos y esotéricos, de forma que incluso la receta química más simple terminaba pareciendo un obtuso conjuro mágico. Más aún, los alquimistas buscaron en esos campos los marcos de referencia teóricos en los que poder encajar su creciente colección de hechos experimentales inconexos.

A partir de la Edad Media, algunos alquimistas empezaron a ver cada vez más estos aspectos metafísicos como los auténticos cimientos de la alquimia y a las sustancias químicas, estados físicos y procesos materiales como meras metáforas de entidades, estados y transformaciones espirituales. De esta forma, tanto la transmutación de metales corrientes en oro como la panacea universal simbolizaban la evolución desde un estado imperfecto, enfermo, corruptible y efímero hacia un estado perfecto, sano, incorruptible y eterno; y la piedra filosofal representaba entonces alguna clave mística que haría esta evolución posible. Aplicadas al propio alquimista, esta meta gemela simbolizaba su evolución desde la ignorancia hasta la iluminación y la piedra representaba alguna verdad o poder espiritual oculto que llevaría hasta esa meta. En los textos escritos según este punto de vista, los crípticos símbolos alquímicos, diagramas e imaginería textual de las obras alquímicas tardías contienen típicamente múltiples capas de significados, alegorías y referencias a otras obras igualmente crípticas; y deben ser laboriosamente «decodificadas» para poder descubrir su auténtico significado.

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miércoles, 18 de julio de 2012

¿Qué es un Cónclave?

El cónclave es la reunión que celebra el Colegio Cardenalicio de la Iglesia Católica Romana para elegir a un nuevo Obispo de Roma, cargo que lleva aparejados el de Papa (Sumo Pontífice y Pastor Supremo de la Iglesia Católica) y el de Jefe del Estado Vaticano.


El término cónclave procede del latín “cum clavis" ("bajo llave"), por las condiciones de reclusión y máximo aislamiento del mundo exterior en que debe desarrollarse la elección, con el fin de evitar intromisiones de cualquier tipo. Este sistema de encerrar a los electores del Papa, vigente al menos desde el II Concilio de Lyon (1.274), fue mitigado por Juan Pablo II en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis (UDG), sobre la Vacante Apostólica y la elección del nuevo Pontífice (22 de febrero de 1.996). Se establece en ella que los electores pueden residir, mientras dura el cónclave, en la recién construida Casa de Santa Marta, una residencia al efecto en el propio Vaticano, pero manteniendo la rigurosa prohibición de cualquier clase de contacto con el mundo exterior. Desde hace siglos, los cónclaves tienen lugar en la Capilla Sixtina, dentro del complejo Vaticano.

A los primeros obispos los designaban los apóstoles o fundadores de sus iglesias. Posteriormente, se fue introduciendo el sistema de elección por los miembros de las comunidades, clérigos y laicos, así como por los obispos de las diócesis próximas. En Roma, la elección corría principalmente a cargo de los clérigos que, bajo la supervisión de los obispos, escogían un candidato por consenso o por aclamación, presentándolo después ante el pueblo para que éste lo confirmara. Los frecuentes tumultos que este sistema provocaba fueron causa de que en ocasiones se eligiera a uno o más candidatos rivales, llamados antipapas.

El año 769 el Sínodo Laterano abolió el teórico derecho de elección papal que había tenido el pueblo de Roma. El Sínodo de Roma (862) se lo devolvió, pero limitado a la nobleza de la ciudad. El cambio más trascendente lo introdujo en 1.059 el Papa Nicolás II, quien decretó que serían los cardenales quienes eligiesen un candidato, que sólo podría tomar plena posesión tras haber recibido la aprobación del los clérigos y del pueblo. Finalmente, un nuevo Sínodo Laterano, en 1.139, eliminó el requisito de la aprobación del bajo clero y de los laicos. La elección papal era ya, como hoy, competencia exclusiva de los cardenales, sólo cuestionada durante el Cisma de Occidente (1.378 – 1.418).

Junto al propósito de evitar influencias foráneas de los poderes civiles, el enclaustramiento de los electores tuvo su origen en las prolongadas situaciones de bloqueo que a veces se daban en las elecciones papales. Las autoridades recurrieron en ocasiones a la reclusión forzada de los cardenales electores, por ejemplo, en 1.216 en Perugia, y en 1.241 en Roma. Es célebre también el caso de la ciudad de Viterbo donde, tras la muerte del papa Clemente IV (1.268) hubo que encerrar a los cardenales en el palacio episcopal. Después de casi tres años de Sede Vacante sin que se llegase a ningún acuerdo sobre el nuevo Pontífice, los desesperados habitantes decidieron no suministrar alimento alguno a los electores, excepto pan y agua. Los cardenales debieron captar la indirecta, porque se apresuraron a elegir a Gregorio X. Este mismo Papa, quizá por la experiencia vivida en su elección, aprobó normas que –mediante la presión de las incomodidades materiales- buscaban reducir al mínimo las demoras en el cónclave. A partir de entonces los cardenales debían quedar siempre recluidos en un recinto cerrado; no se les permitían las habitaciones individuales, ni disponer de más de un sirviente que les atendiera, salvo caso de enfermedad; la comida se les debía suministrar por un ventanuco y, a partir del tercer día de cónclave, el suministro quedaba reducido a una sola comida al día. A los cinco días el régimen se reducía a pan y agua. Además, mientras durase el cónclave los cardenales dejaban de percibir sus rentas eclesiásticas. Adriano V abolió estas normas en 1.276, pero Celestino V las reintrodujo en 1.294, después de que su propia elección se produjese tras un periodo de sede vacante de dos años.

Gregorio XV publicó dos bulas pontificias (1.621 y 1.622) que regulaban todos los aspectos de la celebración del cónclave. En 1.904, Pío X recogió y unificó casi todas las dispersas normas de los papas anteriores a él en una Constitución, introduciendo ciertos cambios. Pío XII añadió nuevas aportaciones en 1.945, Juan XXIII lo hizo en 1.962 y Pablo VI en 1.975. La reciente Universi Dominici Gregis de Juan Pablo II (1.996) es la última reordenación en profundidad de la normativa sobre el cónclave.

El lugar de celebración del cónclave no se estipuló oficialmente hasta el siglo XIV. A partir del Cisma de Occidente los cónclaves siempre han tenido lugar en Roma, salvo el de 1.800, cuando la ocupación de la ciudad por tropas del Reino de Nápoles obligó a celebrarlo en Venecia. El último cónclave celebrado fuera de la Capilla Sixtina fue el de 1.846, que tuvo lugar en el Palacio del Quirinal.

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sábado, 14 de julio de 2012

El Gnosticismo


El gnosticismo es un conjunto de corrientes sincréticas filosófico-religiosas que llegaron a mimetizarse con el cristianismo en los tres primeros siglos de nuestra era, convirtiéndose finalmente en un pensamiento declarado herético después de una etapa de cierto prestigio entre los intelectuales cristianos. En efecto, puede hablarse de un gnosticismo pagano y de un gnosticismo cristiano, aunque el más significativo pensamiento gnóstico se alcanzó como rama heterodoxa del cristianismo primitivo. El término proviene del griego gnosis que significa ‘conocimiento’.

El gnosticismo cristiano, pagano en sus raíces, llegaba a presentarse como representante de su tradición más pura. El texto gnóstico de Eugnosto el Beato parece ser, incluso, anterior al nacimiento de Jesús de Nazaret. La enorme diversidad de doctrinas y "escuelas gnósticas" hace difícil hablar de un solo gnosticismo.

Se trata de una doctrina, según la cual los iniciados no se salvan por la fe en el perdón gracias al sacrificio de Cristo sino que se salvan mediante la gnosis, o conocimiento introspectivo de lo divino, que es un conocimiento superior a la fe. Ni la sola fe ni la muerte de Cristo bastan para salvarse. El ser humano es autónomo para salvarse a sí mismo. El gnosticismo es una mística secreta de la salvación. Se mezclan sincréticamente creencias orientalistas e ideas de la filosofía griega, principalmente platónica. Es una creencia dualista: el bien frente al mal, el espíritu frente a la materia, el ser supremo frente al Demiurgo (en la filosofía gnóstica, la entidad que sin ser necesariamente creadora es impulsora del Universo), el espíritu frente al cuerpo y el alma.

En 1.945 fue descubierta una biblioteca de manuscritos gnósticos en Nag Hammadi (Egipto), que ha permitido un conocimiento mejor de sus doctrinas, anteriormente sólo conocidas a través de citas, refutaciones, apologías y heresiologías realizadas por Padres de la Iglesia. Algunos cristianos identifican como gnóstico a Simón el Mago, personaje que aparece en una narración en Hechos de los Apóstoles en el Nuevo Testamento. Su personalidad más relevante fue Valentín de Alejandría, que llevó a Roma una doctrina gnóstica intelectualizante. En Roma tuvo un papel activo en la vida pública de la Iglesia. Su prestigio era tal que se le tuvo en consideración como posible obispo de Roma. Otros gnósticos de renombre son Pablo de Samosata, autor de una célebre herejía sobre la naturaleza de Cristo y Carpócrates, que concibió la idea de la libertad moral de los perfectos, en la práctica una ausencia total de reglas morales. Finalmente, el amplio rango de variación moral del gnosticismo fue visto con recelo y el obispo Ireneo de Lyon lo declaró herejía en el 180 d. C., parecer que comparte la Iglesia Católica.

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viernes, 13 de julio de 2012

El Agnosticismo


Hay varias formas de pensar el agnosticismo (del griego a-, «sin»; y gnōsis, «conocimiento»), postura filosófica o personal. Una forma habitualmente reconocida como débil, es la que considera inaccesible para el ser humano todo conocimiento de lo divino y de lo que "trasciende" o va más allá de lo experimentado, así estos agnósticos no "saben" si existen dioses o no. Otra es la de la no creencia. Estos agnósticos afirman no sostener pensamientos del tipo "creencias". Esta forma fuerte de agnosticismo niega toda idea sin fundamento o base experimental. Por lo tanto plantean la inexistencia de todo lo que no "saben", eliminando las "creencias" y basando todo su "conocimiento" en hechos experimentales y deducciones lógicas. Desde el punto de vista actitudinal, esta forma de agnosticismo implica la voluntad de abandonar toda creencia.

Para algunos agnósticos, el valor de verdad de ciertas afirmaciones (particularmente las metafísicas respecto a la teología, el más allá, la existencia de Dios, dioses, deidades, o una realidad última) es incognoscible o para otros, imposible de adquirir su conocimiento debido a la naturaleza subjetiva de la experiencia, o para otros son afirmaciones falsas al no tener fundamento experimental o racional.

En algunas versiones esta falta de certeza o conocimientos es una postura personal relacionada con el escepticismo religioso. En otras versiones se afirma que el conocimiento sobre la existencia o no de seres superiores no solo no ha sido alcanzado sino que es inalcanzable. Finalmente hay versiones (apateísmo) en las cuales se afirma que la existencia o no de seres superiores, no solo no es conocida sino que es irrelevante. En general, los agnósticos consideran que las religiones no son una parte esencial de la condición humana, pero sí de la cultura y de la historia humana.

El agnosticismo no implica necesariamente antirreligiosidad, lo cual no tiene vinculación con el respeto o no hacia unas u otras creencias. El agnóstico puede o no entender las creencias sobrenaturalistas como una opción personal de cada individuo, que él no comparte, o como ideas falsas, o simplemente como ideas no comprobadas.

Los servicios de investigación demográfica normalmente incluyen a los agnósticos en la misma categoría que los ateos y personas no religiosas, aunque esto puede ser engañoso dependiendo del número de agnósticos teístas que se identifican primero como agnósticos y en segundo lugar como seguidores de una religión particular. De esta forma, el agnóstico no siempre niega la existencia de un dios, pero insiste en que ésta no es demostrable o que no se ajusta a los supuestos establecidos en las diversas religiones oficiales.

El término agnóstico fue introducido por el zoólogo británico Thomas Henry Huxley (1.825-1.895) en 1.869 para describir su filosofía que rechaza el gnosticismo, por el cual no rechazaba solo a ese grupo religioso del primer milenio, sino a todos los grupos que afirman tener un conocimiento oculto o místico.

Los primeros líderes de la Iglesia cristiana utilizaron la palabra griega «gnosis» (‘conocimiento’) para describir una especie de «conocimiento espiritual». El agnosticismo no debe ser confundido con las visiones religiosas que se oponen a la doctrina del gnosticismo: estos son conceptos religiosos que no se relacionan generalmente con el agnosticismo. Huxley utilizó el término en un sentido amplio.

El agnóstico suele diferenciar entre «conocer» y «creer». Para él, una persona religiosa se distingue de una atea por el hecho de que el religioso «cree que dios existe» y el ateo «cree que dios no existe». Así, el agnóstico se aparta de la postura de creencia indicando que unos y otros (religiosos y ateos) «creen» en la existencia o inexistencia de una entidad superior, mientras que él la «desconoce».

jueves, 12 de julio de 2012

El Ateísmo


El Ateísmo es, en un sentido amplio, la no creencia en deidades u otros seres sobrenaturales. En un sentido más estricto, el ateísmo es la posición que sostiene la inexistencia de deidades. Algunos la definen como una doctrina o posición que rechaza el teísmo, que en su forma más general es la creencia en la existencia de, al menos, una deidad. En un sentido amplio podría incluirse dentro de la definición de ateísmo, tanto a las personas ateas, quienes explicitan la no existencia de dioses, como a aquellas que, sin creer en su existencia, no tienen evidencia ni convicción para su refutación. En un sentido estricto se excluye a estos últimos, denominados agnósticos, de la definición de ateos. Los agnósticos rechazan reconocerse como ateos o ateístas ya que consideran inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia o simplemente irrelevante. El término ateísmo incluye a aquellas personas que manifiestan la ausencia de creencia en cualquier dios o deidad. Según el historiador Francisco Díez de Velasco, ser ateo o negar la existencia de un dios o dioses no implica necesariamente no pertenecer a ninguna religión; existen religiones, como el budismo que niegan la existencia de dios o no mencionan la existencia de dios alguno y que, por consiguiente, son ateas o más correctamente no teístas. Los postulados del ateísmo son contrarios a los que sostienen las creencias religiosas e implican una crítica a la religión.

El teísmo condena por lo general al ateísmo como inmoral, por no aceptar el fundamento de la moral teísta: los mandatos morales de la divinidad. A esta condena los ateos argumentan que a menudo la moral humanista supera en racionalidad y lógica a la religiosa. Algunos teístas consideran al ateísta incapaz de integrarse correctamente a la sociedad, por no someterse a los mismos principios morales que comparte la mayoría teísta, o incluso por el hecho de no creer; los ateos afirman que esta postura es fruto de una actitud intolerante y que la moralidad teísta no fue correctamente razonada. Los ateístas rechazan las acusaciones teístas, y consideran que su propia moralidad es de carácter generalmente racional, crítico y humanista, y que es más válida que la moralidad teísta por no estar basada en la simple obediencia y en tradiciones consideradas a menudo absurdas y en algunos casos hasta escandalizantes para la persona cultivada.

Analizando una serie de estudios previos, en 2.009 el sociólogo estadounidense Phil Zuckerman no sólo comenta que numerosos autores señalan que los ateos tienen un sentido de la moralidad y de la justicia social tan definido como los creyentes, sino que afirma que los ateos y los partidarios de la laicidad tienen un sentido más profundo y más ético de la justicia social. En Estados Unidos, los estados con mayor porcentaje de ateos tienen una tasa de criminalidad más baja, mientras que se cometen más crímenes y delitos en los estados donde la fe religiosa es más extendida. Según los estudios citados, los ateos se muestran más tolerantes hacia las mujeres y los homosexuales, son menos racistas y tienen menos casos de maltrato a los niños y una menor población reclusa. Por otra parte, el ateísmo y el laicismo coinciden con niveles de estudios más altos.

martes, 10 de julio de 2012

El Gen de Dios, por Dean Hamer


Este libro plantea un problema de enorme interés, no sólo por lo que aborda, sino porque lo que se pregunta concierne a bastantes más cosas que «El Gen de Dios». Durante siglos, se creyó que la idiosincrasia de los pueblos dependía principalmente del clima, en tanto que la personalidad individual debía obedecer a otros factores. El asunto del libro de Hamer es éste: el autor, microbiólogo prestigioso, ha hecho las investigaciones necesarias para ver si la propensión a la religiosidad de cada persona depende de su constitución genética. Y lo ha abordado, claro, por la vía del ADN. Pues bien, no hay que hacer demasiados esfuerzos adivinatorios para concluir que, en efecto, ha establecido una relación entre ADN y lo que llama “espiritualidad”.


La espiritualidad es, para él, la propensión de una persona a lo que denomina “misticismo”; (hay que advertir que esa palabra es más fuerte en inglés que en castellano y, en el libro de Hamer, se refiere a todo tipo de inclinación personal religiosa, no sólo a los fenómenos místicos.) La religión, en cambio, es, para Hamer, la forma práctica concreta por medio de la cual se encauza la espiritualidad. Esto es: el judaísmo, el catolicismo, el islam... Así, se puede ser judío, musulmán, budista, protestante o católico y eso no depende de los genes, sino de la cultura. Es la espiritualidad con que se vive la religión que uno profesa -sea cual fuere- lo que está condicionado por el ADN. 

Lo cual plantea varias cuestiones de primer orden. Primero: ¿hasta dónde llega el condicionamiento del ADN? Seguramente, nadie podrá jamás responder por la vía de la experimentación, salvo cuando se trate de algún comportamiento patológico. El autor pone continua cautela en advertir que la espiritualidad no se reduce a ADN -como ninguna actitud, en realidad, se reduce a ADN-, sino que el ADN, eso sin duda, tiene que ver con ella. Sólo en un pasaje del libro, comenta que, ante este tipo de asuntos, la gente está dividida entre quienes ponen todo en la química y en la física y quienes ponen todo en el espíritu. Y dice que él se sitúa entre los primeros. Pero, a la hora de la verdad, una y otra vez demuestra que no es así (quizá porque tampoco son muchos los que apuestan solamente por el espíritu, sin química ni física).

La segunda pregunta a que lleva este libro está en la distinción entre espiritualidad y religión, sobre todo por lo que tiene de diferenciación -más amplia- entre personalidad individual y cultura. Aquí, se echa en falta un concepto claro de cultura. Sólo una vez definida, cabe preguntarse sobre su posible relación con la genética. El autor no aborda lo primero (la definición) y, sin embargo, sí se aventura en lo segundo (la relación con la genética). Asume la distinción de Campbell entre genes y memes[1] y la afirmación de que sería en los memes en los que se hallaría el código “menético” que induce a uno a mantenerse en una cultura (religión incluida) y no en otra. Pero el nudo de la cuestión está justamente en saber qué son esos supuestos memes, y eso no lo dicen ni Hamer ni Campbell. Sólo dicen que se reciben por medio de la educación. ¿No se tratará de puros y simples hábitos, que, al ser compartidos por una comunidad, configuran una cultura? Si es así, lo que habría que conocer es el proceso -probablemente fisiológico- por medio del cual la repetición de actos -incluso los decididos, o sea los radicalmente libres y, por lo tanto, espirituales- modifica de alguna forma el comportamiento del cerebro de manera que, ante la opción, nos invita a elegir aquello y no esto. Detrás de esa incógnita no sólo está el problema de la religión, sino el de toda forma cultural y, por tanto, el del sentimiento colectivo (por ejemplo, el nacionalismo o el patriotismo).

Está, asimismo, el problema de la conversión o, si se prefiere, el problema de saber por qué hay tantas personas en quienes se modifican las convicciones (o sea los memes que otros llamamos hábitos).

[1] Según la Wikipedia: Un meme (o mem) es, en las teorías sobre la difusión cultural, la unidad teórica de información cultural transmisible de un individuo a otro, o de una mente a otra, o de una generación a la siguiente. Es un neologismo acuñado por Richard Dawkins en "El Gen Egoísta" ("The Selfish Gene"), por la semejanza fonética con «gene» —gen en idioma inglés— y para señalar la similitud con «memoria» y «mimesis».

- Fuente: José Andrés Gallego en http://www.elcultural.es

domingo, 8 de julio de 2012

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días


El movimiento de los Santos de los Últimos Días, es una agrupación religiosa cristiana de tipo restauracionista. Sus miembros aseguran que aceptan las enseñanzas de Jesucristo, tal como fueron restauradas por Joseph Smith (hijo). La base de su doctrina la constituyen la Biblia, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y La Perla de Gran Precio, estos dos últimos textos basados en las revelaciones de su profeta.

Los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, son conocidos popularmente como Mormones, en razón de la más conocida de sus escrituras sagradas; si bien, el nombre que ellos mismos utilizan es el de "Santos de los Últimos Días". Los aspectos culturales, religiosos e ideológicos de esa Iglesia y muy rara vez los demás grupos del movimiento, son conocidos generalmente como Mormonismo

De acuerdo con esta tradición religiosa, después de la crucifixión de Jesucristo y de la muerte de sus apóstoles, y ante la persecución y la hostilidad organizadas provenientes de dentro del Imperio Romano, la iglesia que Cristo había establecido rápidamente comenzó a cambiar; y, para el siglo IV, poco se asemejaba a la Iglesia original de Cristo. Con la muerte de los apóstoles y la pérdida de la revelación constante en la Iglesia, siguió un largo período llamado "la Gran Apostasía", entendiendo por tal un período de tiempo en el cual se pierden las verdades del Evangelio. 

Joseph Smith nació en 1.805, en Sharon, Vermont, en el noreste de los Estados Unidos. Más tarde se mudó con su familia a la comunidad rural de Palmyra, Nueva York, donde, en 1.820, se había producido un despertar religioso. Confundido por las afirmaciones conflictivas de las diversas religiones, Joseph acudió a la Biblia en busca de guía espiritual, y allí encontró lo que consideró un desafío: el de "preguntarle a Dios" por sí mismo (véase en Santiago 1:5). Los Santos de los Últimos Días declaran al mundo entero que en un bosque en Palmyra, Nueva York (que ahora se denomina "La Arboleda Sagrada"), cerca de la granja familiar, Joseph se arrodilló a orar, y allí, en ese lugar apartado, Dios y su hijo Jesucristo se le aparecieron al joven y le dieron instrucciones. Se le mandó que no se uniera a ninguna de las iglesias que existían y se le dijo que Dios restauraría a la Tierra la Iglesia que organizó originalmente Jesucristo con todas sus verdades y la autoridad del sacerdocio. Diez años más tarde, después de una serie de revelaciones y de apariciones a Joseph Smith y a otras personas, la Iglesia de Cristo se organizó, oficialmente el 6 de abril de 1.830, en Fayette, Nueva York.

Joseph Smit (hijo)
A lo largo de su vida, José Smith compartió y subsecuentemente escribió en repetidas ocasiones sobre una experiencia en su juventud, en la que vio a Dios el Padre y Jesucristo, como seres separados, quienes le informaron que la verdadera Iglesia se hallaba perdida y sería restaurada por medio de él, y que se le daría autoridad para organizar y liderar la verdadera Iglesia de Cristo. Joseph Smith y Oliver Cowdery afirman que los ángeles, Juan el Bautista, Pedro, Santiago y el apóstol Juan los visitaron en 1.829 dándoles autoridad para restablecer la Iglesia de Cristo (Juan el Bautista les confirió el Sacerdocio Aaronico o Menor y Pedro, Santiago y Juan el Apóstol les confirió el Sacerdocio de Melquisedec o Mayor)

Este movimiento empezó con un pequeño número de creyentes en pueblos del oeste de Nueva York: Fayette, Manchester y Colesville, llamándose "Iglesia de Cristo". La iglesia se organizó el 6 de abril de 1.830 como institución legal bajo el nombre de Iglesia de Cristo. Ya para 1.834, las publicaciones iniciales de la iglesia la referían como la "Iglesia de los Santos de los Últimos Días", y en 1.838 Joseph Smith anunció que había recibido de Dios una revelación en la que oficialmente se cambiaría el nombre a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, por ende el nombre de la Iglesia al ser dado por revelación, se le considera sagrado.

En las siguientes visiones se le habría indicado a Joseph Smith dónde encontrar unos antiguos registros escritos sobre planchas de oro, que contenían un compendio histórico de la "América antigua". En tal compendio se afirmaba que un profeta llamado Mormón había resumido, hacia el año 344, los registros de los descendientes de un grupo de inmigrantes provenientes de Israel que habían llegado navegando hasta América 600 años antes de Cristo y que habían dado origen en todo o en parte a los pobladores amerindios encontrados allí por los colonizadores posteriores. Smith dijo que Moroni, hijo de Mormón, escondió posteriormente las planchas en una colina, actualmente conocida como Monte Cumorah, en el Estado de Nueva York, y añadió que en 1.823, el propio Moroni, en forma de ángel, se le apareció para decirle dónde estaban escondidas las planchas y que Dios quería que las tradujese. El libro incluye, también, el relato referente a la visita que Jesús de Nazaret habría realizado al continente americano después de su resurrección. El libro se publicó por primera vez como el Libro de Mormón en 1.830 en inglés y hacia 1.886 en español.

Para fines de la década de 1.830, William Law y otros Santos de los Últimos Días en puestos de liderazgo, acusaron públicamente a Joseph Smith de ser un falso profeta, dando como resultado una disensión en la iglesia. Muchas de estas personas más tarde volvieron a la iglesia aún bajo el liderazgo de Joseph Smith. Otros formaron nuevas iglesias alrededor de otros líderes.

Después del asesinato de Joseph Smith a manos de un populacho en Carthage, Illinois, algunos miembros con prominencia en la iglesia sostenían ser el sucesor legítimo de Smith, dando como resultado una crisis de sucesión; gran parte del Quorum de los Doce Apóstoles de la iglesia por revelación divina llamaron como Profeta a Brigham Young; mientras que varios grupos apostataron y se dividieron creando así sus iglesias basadas en sus propias creencias. La crisis resultó en varias disenciones permanentes y confusión, así como en la ocasional formación de pequeñas denominaciones religiosas, algunas de las cuales han dejado de existir.

jueves, 5 de julio de 2012

El Cesaropapismo


Cesaropapismo es un término político y religioso referido a las relaciones entre Iglesia y Estado, que identifica o supone la unificación en una sola persona de los poderes político y religioso. El término fue creado por el célebre jurista alemán Justus H. Boehmer (1.674-1.749), con el que definía la obsesión por parte de la Iglesia oriental por obtener el poder absoluto en la tierra, algo que siglos después Karl Wittfogel, ya en el siglo XX, llamó "despotismo asiático" o "despotismo oriental" en el que explica que "la unión del poder civil y la Iglesia ha sido una constante durante décadas que ha facilitado el imperio del despotismo en la sociedad. El Estado se servía de la Iglesia para santificar sus actos y llamar a la obediencia de su mando, bajo el engaño de la «voluntad» de Dios, y la Iglesia se servía del Estado para obtener y aumentar sus ingresos y privilegios." Podemos decir que desde el siglo IX el Basileus (término griego para "rey" en el Imperio Bizantino) absorbe toda la autoridad y se transforma en el emperador que es a su vez rey y sacerdote, algo que va en contradicción con la formulación hecha siglos atrás por Flavio Josefo en referencia a lo que él denomina Teocracia, es decir el gobierno de Dios en la Tierra.

Coronación de Carlomagno

El Cesaropapismo en Occidente se inició cuando el Papa León III coronó a Carlomagno, rey de los francos y lombardos, y además, patricio de los romanos como Emperador del que será conocido como Imperio Carolingio (800-843), ocasionando dos efectos: el apoyo de la Iglesia al Estado y viceversa, el apoyo del Estado a la Iglesia, lo cual derivó en el Cesaropapismo, que sostenía la teoría del origen divino de los reyes y les daba poder absoluto sobre la religión y el gobierno a la misma vez. El emperador utilizaba todos los apelativos que suenen a descendiente de los emperadores romanos, se denominará augusto, rey de los romanos (y adquirirá un carácter sagrado, proclamándose Hijo adoptivo de Dios de quien recibe directamente el poder). Pero seguía siendo coronado por el Papa, aunque el emperador se considera el legítimo sucesor de Pedro. Posteriormente algunos emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, entre ellos Enrique III, Federico I y Federico II promovieron la idea de que el emperador es la cabeza visible de la Iglesia, y tiene en ella más autoridad que el Papa. El Cesaropapismo alcanza su cima con Enrique III (1.039-1.056). Este rey era un verdadero dispensador de cargos eclesiásticos y obligó al Papa Gregorio VI a convocar el Concilio de Pavía y el Sínodo de Sutri, en 1.046.

- Fuente: Wikipedia. La enciclopedia libre

miércoles, 4 de julio de 2012

Los "Pecados" de la Iglesia: La Simonía


La Simonía es, en el Cristianismo, la compra o venta de lo espiritual por medio de bienes materiales. Incluye cargos eclesiásticos, sacramentos, reliquias, promesas de oración, la gracia, la jurisdicción eclesiástica, la excomunión, etc. La palabra Simonía deriva de un personaje de los Hechos de los Apóstoles llamado Simón el Mago, quien quiso comprarle al apóstol Simón Pedro su poder para hacer milagros y conferir, como ellos, el poder del Espíritu Santo, lo que le supuso la reprobación del Apóstol: «¡Que tu dinero desaparezca contigo, dado que has creído que el don de Dios se adquiere a precio de oro!». El Papa Gregorio VII (1.020-1.085), antes monje cluniacense Hildebrando de Soana, acabó con la venta de cargos eclesiásticos durante la llamada Querella de las Investiduras.

Simón el Mago
Desde el siglo IX, gran número de abades y obispos fueron obligados a integrarse en el sistema feudo-vasallático. Los señores consideraban que las iglesias y sus bienes pertenecían a su propio patrimonio. Los príncipes otorgaban la investidura episcopal y decidían a qué señores pertenecían las parroquias rurales. Así, se hizo práctica común el hecho de otorgar las parroquias a los curas por ellos elegidos que se atribuyeron una parte (cada vez más importante) del dinero y donativos agrícolas dados por los feligreses para mantener al clero. El sistema fue confirmado en 962, después de que el emperador Otón I de Alemania,obtuviera del joven Papa Juan XII, la prerrogativa de designar a los Papas. El emperador Enrique IV fue el protector y el gran beneficiario de este abuso: La investidura de laicos incompetentes como prelados, simonía y nicolaísmo. Los reyes y los príncipes territoriales (condes y duques), exigieron también el servicio armado de los prelados. Así, algunos prelados se convirtieron ellos mismos en señores, obteniendo beneficio de la acuñación de monedas y ejerciendo el derecho de bando (poder señorial en la Edad Media). Explotaron todos los medios posibles para acrecentar su poder: Jugaron con el miedo al infierno, arrebataron los dones, y vendieron los sacramentos. Los cargos episcopales y eclesiásticos vendidos fueron objeto de un verdadero tráfico. Así se establecieron muchas de las dinastías de obispos.

La Simonía fue, realmente, un hecho deshonroso, contrario a la palabra de Jesucristo según el Evangelio de Mateo: «Vosotros habéis recibido gratuitamente, dad también gratuitamente»Éste será uno de los muchos reproches dirigidos por la Reforma Protestante a la Iglesia Católica, que intentó, en varias ocasiones, condenar esta práctica de una manera más o menos formal: Entre 1.008 y 1.048, tuvieron lugar ocho concilios regionales en Inglaterra, en Francia y en Italia, con el fin de preconizar las reformas precisas para acabar con el abuso y la disfunción del sistema. Esta práctica fue combatida por distintos Papas reformadores. El Papa Nicolás II (1.058- 1.061), prohibió a los clérigos que aceptaran la entrega de una iglesia por parte de un laico y la obtención de cargos eclesiásticos a cambio de dinero. El Papa Gregorio VII (1.072-1.085, impuso una importante reforma monástica (la Reforma Cluniacense) y pontifical (la Reforma Gregoriana). La Simonía fue también condenada por el Concilio de Letrán II en 1.139 y, particularmente, por el Concilio de Trento (1.545-1.563).

- Fuente: Wikipedia. La enciclopedia libre

lunes, 2 de julio de 2012

Sexualidad y Arte en la Edad Media (II)


El Arte Románico es un estilo constructivo y artístico nacido en el feudalismo temprano; pero además, manifestación de la potente espiritualidad de una sociedad que proyectó en los capiteles, los frescos y las portadas de sus templos sus anhelos, esperanzas y creencias. Dragones, gorgonas, grifos y quimeras pueblan el bestiario medieval; son el perfecto testimonio de la extraordinaria libertad de expresión alcanzada por aquellos artesanos de la piedra, aquellos masones operativos que hicieron de la tolerancia y el cosmopolitismo su seña de identidad por antonomasia. Aquellos antiguos masones eran hombres libres en un mar de siervos. Libres para ejecutar sus obras con un grado de autonomía expresiva que no tiene mucho que envidiar al presente. De hecho, mientras que la simbología gótica es plenamente cristiana, el Arte Románico introduce significados paganos.

Tal es así, que la nota más significativa de los cientos de templos románicos repartidos por la Península Ibérica, por ejemplo, reside en la práctica ausencia de uniformidad en sus elementos. El Arte Románico peninsular no está sometido a un esquema rígido; cada templo posee una idiosincrasia, un perfil singular que lo hace único y diferente. Oriente y Occidente se funden en el Arte Románico (el mudéjar como ejemplo perfecto) dando pie a un riquísimo repertorio de motivos mestizos.

Este abundante y variado patrimonio simbólico responde a la imagen del mundo que poseían sus hacedores (las cofradías de constructores) y sus destinatarios (el pueblo creyente). Una imagen que refleja en última instancia las condiciones materiales de vida de una sociedad mayoritariamente campesina, cuyas costumbres se pierden en la noche de los tiempos y explican hasta qué punto tuvo que resultarle difícil a la Iglesia Católica someter hábitos y tradiciones que hacían de los ritos de fertilidad el eje vertebrador de la existencia humana. La aparición de diseños descaradamente sexuales en distintos soportes arquitectónicos tenía mucho que ver con el vínculo sagrado del campesino con su terruño. Para este campesino que dependía íntegramente de la generosidad de la naturaleza, la fertilidad de la tierra y del hombre eran todo uno en el Cosmos. El cura de aldea, tan zallo e inculto que la abrumadora mayoría no sabían ni leer ni escribir, no podía oponerse (si es que tal cosa se le pasaba por la cabeza) a un modo de vida en el que la promiscuidad erótica era más que evidente, y estaba justificada por la necesidad de agradar a la madre naturaleza imitando los cortejos de amor del reino animal. De hecho, la moralidad de los clérigos dejaba mucho que desear, y mantener una «barragana» que se preocupaba de algo más que de sus necesidades espirituales, no era motivo de escándalo. Uno de aquellos curas libertinos, el Arcipreste de Hita, supo reflejar con total sinceridad el estado de la cuestión: "Como dice Aristóteles, cosa es verdadera, el mundo por dos cosas trabaja: la primera por haber mantenencia; la otra cosa era por haber juntamiento con hembra placentera".

Arte de la vida y para la vida, el Arte Románico hacía constante referencia no sólo a lo específicamente religioso sino, muy en especial, a los actos cotidianos de la gente común. Las situaciones a las que aluden las esculturas románicas son de índole realista, reflejando, particularmente, el trabajo en todas sus formas. Si observamos con atención, descubriremos a un hombre que carga un fardo de leña; a otro que empuña la hoz; una escena de caza en la que un jabalí es acosado por una jauría de perros. Veremos a una mujer que agarra con sus manos una hogaza de pan; a un músico que alegra a los paisanos con sus notas. Todo ello conjugado con la presencia sagrada de los doce apóstoles quienes, vestidos con clámides y togas como si fueran personajes de la antigüedad, rodean la figura impresionante del Pantocrátor.

Y al lado de estos motivos inocentes, otros que no lo son tanto. Por muy acelerada y superficial que sea nuestra investigación, tarde o temprano toparemos con algún tema directa o indirectamente sexual. Los canecillos, pórticos y capiteles son el sustrato habitual de esta iconografía erótica. Así, en la Colegiata de Santillana del Mar, el capitel de una de las columnas del ábside lateral muestra a un hombre armado de un falo enorme acariciado por una mujer. La Iglesia de Santa María de la Peña de Sepúlveda (Segovia) ofrece en sus canecillos exteriores un llamativo repertorio de escenas sexuales y jocosas: una pareja haciendo el amor, un hombre de pene desproporcionado, o una figura humana, que en cuclillas y agarrando un tonel, enseña al curioso su trasero desnudo.

En el límite entre las provincias de Palencia y Santander se encuentra la colegiata de San Pedro de Cervatos (y a la que yo llamaría la capilla sixtina del románico erótico). Construida en el primer tercio del siglo XII a instancias del obispado burgalés, fue habitada por monjes montañeses bajo la regla de San Fructuoso. Sus canecillos son todo un alarde de contorsiones eróticas, de satisfacciones sexuales individuales o compartidas que nada tienen que envidiar a cualquier tratado amatorio oriental.

Otro tanto ocurre en la iglesia de San Juan Bautista de Villanueva de la Nía, donde vemos en los canecillos del ábside motivos sexuales tales como una mujer que enseña sus glúteos, mientras practica el sexo oral con su pareja; un varón onanista, o una hembra de parto. La iglesia románica de San Vicente de la Barquera posee un capitel en el ángulo derecho de la portada oeste, en el que un clérigo exhibicionista muestra su sexo levantando impúdicamente los hábitos.

El volumen de imaginería románica explícita o implícitamente erótica es muy considerable. Y lo sería aún más, de no haber desaparecido en gran parte a causa de las sucesivas desamortizaciones del XIX, cuando no como consecuencia del puritanismo extemporáneo de algunas mentes obtusas con sotana, bastante más reaccionarios en materia sexual que sus antepasados medievales. Lo cierto es que el descubrimiento del Arte Románico erótico, o del Arte Románico a secas, nos brinda la oportunidad de contemplar la Edad Media desde un punto de vista que muy poco tiene que ver con esa imagen del período, estereotipada, simplista, y oscura, que aparece aún en los libros de texto de nuestros estudiantes.

Fuentehttp://www.logiacondearanda.org (Revista La Acacia # 15)

domingo, 1 de julio de 2012

Sexualidad y Arte en la Edad Media (I)



Desde sus orígenes como institución, la Iglesia Católica pretendió imponer su moral a una sociedad donde el paganismo estaba fuertemente implantado. Pero alterar tradiciones y costumbres con siglos de existencia no fue labor de un día, y modificar hábitos tan enraizados como el de una sexualidad sin prejuicios, un objetivo condenado muchas veces al fracaso.

La repugnancia de la Iglesia Católica hacia todo aquello que pudiera significar goce de los sentidos era una de las consecuencias de su fe ultraterrena. El cuerpo es la cárcel del alma, y la sexualidad desviaba la atención del hombre de su único y verdadero fin: salvar ese alma. Por el contrario, el paganismo había edificado una civilización de corte hedonista que hacía de la actividad erótica un componente esencial de sus ritos. La prostitución sagrada, la «hierogamia» como la llamaban los griegos, era practicada sin complejos entre los pueblos antiguos, hasta que el monoteísmo judeocristiano cambió radicalmente de orientación la relación del hombre con lo sagrado. Desde ese mismo momento, el placer físico dejó de ser el vehículo de contacto con lo divino. A las liberales costumbres paganas en materia sexual, le sucedió en el período cristiano un puritanismo beato obligatorio que afectaba, aunque en diferente grado, a clérigos y laicos. Para someter la conducta de sus fieles la Iglesia elaboró los «penitenciales», un listado de instrucciones que especificaba cómo y cuándo estaban permitidas las relaciones eróticas y los castigos para quien se excediera.


Sin embargo, y muy a su pesar, la Iglesia tuvo que hacer renuncias y cesiones si quería culminar su proyecto religioso totalitario; renuncias parciales en lo formal, manteniendo lo esencial del dogma. Para facilitar esta política se confeccionó un calendario de festividades cristianas solapadas a las paganas, de tal manera que los dioses y héroes grecolatinos se reconvirtieron en santos y mártires católicos. El Cristianismo se apropió de multitud de características de cultos anteriores al suyo. Sin ir más lejos, el nacimiento de Cristo se hizo coincidir con el solsticio de invierno, porque en esa fecha se celebraba el nacimiento de Mitra, divinidad persa que también prometía redención y salvación. En el relato de Lucas pueden incluso detectarse reminiscencias budistas; Buda también nació de una reina virgen, cuyo cuerpo inmaculado había sido invadido por un rayo de luz celestial. Herodoto cuenta que la madre de Apis había sido igualmente concebida por un rayo de sol. La Isis egipcia sostiene en su regazo a su hijo Horus exactamente igual a como María lo hace con el Niño-Dios. En pleno siglo III (como refiere un comentarista de entonces) la diferencia entre paganos y cristianos en Egipto era prácticamente nula: «los que se llaman obispos cristianos son también adoradores de Serapis». Incluso adornos y objetos asociados al culto cristiano proceden del paganismo. Detrás de la tiara pontifical está el «pschent» faraónico; el cayado de Osiris se convirtió en el báculo obispal; el cielo estrellado de Isis pasó a ser el manto de la Virgen. Los ejemplos pueden multiplicarse hasta la saciedad.

En los albores del siglo X se produjo en Europa un notable despegue económico, acompañado de una serie de modificaciones en las relaciones sociales que historiadores de la talla de Georges Duby no han dudado en calificar como de «revolución feudal». Al calor de esta múltiple revolución técnica, económica, política e ideológica, Occidente se llenó de templos. Durante prácticamente cuatro siglos se erigieron sin interrupción miles de edificios religiosos y militares. Como recuerda Le Corbussier, en ese lapso de tiempo se acarreó y labró un volumen de piedra superior al de los cuatro mil años del Egipto faraónico.

Un esfuerzo constructivo tan asombroso, fue causa y efecto a un tiempo del extraordinario enriquecimiento de la Iglesia. En sus templos se atesoraban reliquias que atraían a miles de fieles. No había entonces núcleo de población, por humilde que fuera, que no contara con una iglesia o ermita con su correspondiente reliquia (la Sexta Cruzada se organizó con el poco edificante objetivo de saquear las reliquias de Constantinopla y repartirlas en Occidente).

- Fuentehttp://www.logiacondearanda.org (Revista La Acacia # 15)

sábado, 30 de junio de 2012

El Henoteísmo

El Henoteísmo o Monolatría (del griego: heis, henos "un" y theos "dios") es la creencia religiosa según la cual se reconoce la existencia de varios dioses, pero sólo uno de ellos es suficientemente digno de adoración por parte del fiel.

Históricamente, el Henoteísmo ha aparecido en pueblos politeístas que, por ciertas circunstancias de carácter espiritual, han alcanzado el Monoteísmo. De esta manera el henoteísta no es un politeísta ni un monoteísta en sentido estricto. El Henoteísmo comparte con el Politeísmo la creencia en varios dioses, aunque no los considera tan dignos de veneración como el dios propio del henoteísta. Y comparte con el Monoteísmo la creencia de que sólo un único dios es merecedor de adoración, aunque no niega frontalmente la existencia de otros dioses.

Existe evidencia de que el Judaísmo fue henoteísta en sus comienzos, para luego evolucionar hacia el Monoteísmo estricto cerca del siglo VII A.C. Algunas muestras de esto se pueden observar en fragmentos del Antiguo Testamento como los siguientes:

  • (Cántico de Moisés, después de pasar el mar Rojo): "¿Quién como tú, Yavé, entre los dioses? Quién como tú, glorioso y santo, terrible en tus hazañas, autor de maravillas? (Éxodo 15:11).
  • (Jetró, suegro de Moisés, refiriéndose a los egipcios): "El mal que hicieron se volvió contra ellos y, en esto, reconozco que Yavé es el Dios más grande" (Éxodo 18:11).
  • (Decálogo, mandamiento primero) "No tengas otros dioses delante de mí" (Éxodo 20:3).
  • (Decálogo, mandamiento segundo) "No te postres ante esos dioses, ni les des culto, porque Yo, Yavé, tu Dios, soy un Dios celoso. Yo castigo hijos, nietos y bisnietos por la maldad de los padres cuando se rebelan contra mí" (Éxodo 20:5).


En las antiguas creencias, los dioses eran territoriales, es decir, su poder cubría un territorio determinado, así como el de los reyes sobre la Tierra. El concepto de un único dios que con su poder alcanza a todo el Universo es muy posterior, de la época de los profetas, quienes denostaron a los otros dioses como ídolos que "tienen ojos y no ven, tienen boca y no comen". En ese período, el primitivo Henoteísmo hebreo se transformó en el riguroso Monoteísmo judío actual.

También, los actuales egiptólogos, consideran Henoteísmo el culto a Atón en el Antiguo Egipto, posible precedente del Henoteísmo judío.

Algunas escuelas hindúes son henoteístas al rendir culto en exclusiva a alguna deidad hindú particular como Vishnú o Shiva específicamente.

- Fuente: Wikipedia. La enciclopedia libre

jueves, 28 de junio de 2012

Mentiras Fundamentales de la Iglesia Católica

(Un análisis de las graves contradicciones y manipulaciones de los textos bíblicos y de la figura del Jesús histórico)

Nuestra sociedad actual, aunque presenta una modesta práctica religiosa real, permanece fuertemente influida por una poderosa cosmovisión cristiana que, lo queramos o no, mediatiza nuestra forma de pensar y, desde los centros de influencia controlados por la Iglesia, pretende imponernos a creyentes y no creyentes una determinada forma de sentir y de vivir.

Por esta razón, dado que la Iglesia católica y sus dogmas son algo que nos afecta y concierne a todos sin excepción, resulta obligada y necesaria toda reflexión que amplíe nuestros conocimientos sobre una institución y unas creencias que han modelado los últimos dos mil años de historia humana.

Todo el mundo, ya sean creyentes o ateos, cree saber qué se dice en la Biblia, aunque lo cierto es que prácticamente nadie la ha leído directamente. La mayoría conoce lo principal de la historia de Jesús, pero ¿cuantos han leído por sí mismos al menos uno de los evangelios? Lo que suponemos que está escrito en la Biblia lo conocemos porque la Iglesia nos lo ha repetido de una forma determinada durante siglos, pero la realidad de la figura de Jesús y su mensaje es prácticamente opuesta a la dada por el catecismo católico.

El autor de "Mentiras Fundamentales de la Iglesia Católica" se ha limitado a analizar con rigor los textos bíblicos para extraer de ellos sus conclusiones implícitas y explícitas más importantes, evidenciando así unos hechos fundamentales que, a pesar de que siempre estuvieron allí, nos han sido celosamente ocultados a todos. Por sorprendentes que puedan parecer las afirmaciones que se hacen en este libro, bastará que cualquier lector las contraste con una Biblia para darse cuenta de su veracidad.


- Fuentehttp://www.pepe-rodriguez.com

martes, 26 de junio de 2012

Oráculos de la Ciencia, por Karl Giberson y Mariano Artigas

Según sus autores, este libro “quiere ser una introducción seria y de amplio alcance a los seis pensadores que más han determinado las visiones científicas de nuestra cultura actual”. Y el objetivo perseguido se ha logrado con acierto. Porque, con un nivel de introducción, se presenta lo fundamental del pensamiento de los seis científicos que analiza; porque el lenguaje utilizado, la manera de presentar a cada uno de ellos y la ausencia de aparato crítico a pie de texto (las notas se remiten a las páginas finales), permiten el acceso a un amplio número de lectores no especializados a lo fundamental de cada uno de los autores; y porque pocos podrán dudar de que la selección realizada, aun siendo conscientes, tanto Karl Giberson como Mariano Artigas de que podría ser más amplia, constituye una representación de las más influyentes teorías científicas y culturales de nuestro tiempo.

Y ¿quiénes son estos científicos? Nada menos que Carl Sagan, Richard Dawkins, Stephen Hawking, Stephen Jay Gould, Steven Weinberg y Edward O. Wilson. Como hicieran los oráculos tradicionales de la Grecia clásica, adquieren ellos tal categoría, porque nos hablan de lo que necesitamos conocer: si estamos solos en el universo, de dónde venimos, si tuvo comienzo el universo, si tiene sentido nuestra existencia, si somos productos del azar, dónde encontramos respuestas a preguntas profundas e importantes. Y la adquieren, la categoría de oráculos, porque, dada la amplitud y especialización de la ciencia moderna, no podemos encontrar respuestas por nosotros mismos y necesitamos guías, oráculos, que nos muestren el camino. 

En nuestra civilización se dan dos especialidades: la de la ciencia y la de los humanistas, cada una dentro de su ámbito. Los científicos investigan y los escritores nos narran historias. Nos hacía falta lo que C.P. Snow denomina una tercera cultura, es decir, científicos literatos, que fuesen capaces de poner al alcance de un amplio círculo de lectores los hallazgos fruto de sus trabajos. Y, evidentemente, los seis autores seleccionados cumplen perfectamente este cometido. Sus obras gozan de una gran difusión y ven continuas reediciones en variados idiomas. Están llevando la ciencia al público lector, de una forma comprometida. Y es aquí precisamente donde Artigas y Giberson encuentran la posibilidad de que sus descripciones, las de estos científicos, de la ciencia puedan ser tergiversadas o distorsionadas y malinterpretadas.

Y detallan que, de sus escritos populares, considerados en su totalidad como una descripción representativa de la ciencia y de la comunidad científica, se pueden deducir las siguientes sugerencias:

a) “La ciencia se ocupa principalmente de los orígenes y muchos científicos están trabajando en diferentes aspectos de la evolución cósmica o biológica”. De una u otra manera, los seis científicos analizados vienen a concluir en el tema de los orígenes y la religión.

b) “Los científicos son agnósticos o ateos”. Es otra conclusión a la que se puede llegar leyendo a estos autores estudiados. Al respecto, Artigas y Giberson advierten: “Hemos seleccionado a los seis científicos presentados en este libro solo sobre la base de su categoría como vanguardia de los portavoces de la ciencia en inglés. Sus perspectivas filosóficas y teológicas no entran en juego. Sin embargo, vemos que ninguno de ellos cree en Dios en ningún sentido convencional”.

c) Y la tercera conclusión a la que podría llegarse es la de que “la ciencia es incompatible e incluso hostil con la religión”. Y sorprende a los autores del libro la notable hostilidad hacia la religión que caracteriza muchos de los escritos analizados.

Pues bien: Artigas yGiberson afirman rotundamente que “ninguna de estas caracterizaciones es verdadera. La ciencia no es hostil a la religión, los científicos no son firmemente ateos y los orígenes no son el foco primario de la investigación científica”. Unas afirmaciones que argumentan debidamente.

El problema estriba en que suele ocurrir con los científicos estudiados que sus manifestaciones filosóficas y teológicas vienen encubiertas con una retórica científica, presentadas en páginas categóricas de libros altamente eruditos que dan a conocer magistralmente la ciencia a un público amplio. No siempre advierten al lector de que, ocasionalmente, se mueven más allá de la ciencia y en terrenos en los que no tienen competencia; presentan sus opiniones personales con el mismo estilo que utilizan para divulgar (muy bien, por cierto) los conocimientos de la ciencia.

Tras una larga, a la par que necesaria, introducción, se accede ya al estudio de cada uno de los científicos seleccionados. A cada uno se le dedica un capítulo extenso, que consta de dos partes; en la primera, se hace un recorrido biográfico; en la segunda, se estudia el mensaje que cada uno de ellos ha ofrecido, al más amplio ámbito de la cultura, sobre el lugar de la humanidad en el esquema de las cosas. En este sentido, un nutrido repertorio de textos de cada autor acompaña a las explicaciones, complementado con declaraciones suyas en entrevistas o presentaciones públicas. Es prácticamente imposible resumir en esta breve reseña el estudio de cada uno de estos científicos; ya la exposición que hacen Artigas y Giberson encierra un notable esfuerzo de síntesis.

Los autores han intentado actuar con la mayor objetividad, evitando innecesarias polémicas y mostrando, en todo momento, su admiración por las aportaciones a la ciencia que han realizado los científicos estudiados, así como el mayor respeto y confianza hacia la ciencia, de la que ellos también son parte.

Eso sí: advierten de que, aunque el libro esté dentro del amplio espectro de “ciencia-y-religión”, sin embargo, no lo han elaborado estrictamente como tal. También, de que, dadas sus características, el libro puede ser leído sin seguir el orden correlativo de cada capítulo, pues cada uno de ellos es totalmente independiente de los otros.

Cabe preguntarse aún por los criterios utilizados para hacer la selección de científicos. Cuatro son los que apuntan los autores: 1) Tenían que ser científicos profesionales con una sólida contribución a la ciencia. 2) Igualmente, tenían que ser autores muy vendidos y que sus libros hayan formado opiniones de un público amplio. 3) Sus obras tenían que abordar las grandes implicaciones culturales, filosóficas y humanistas de la ciencia. 4) Y, finalmente, ser autores contemporáneos para poder haber formado las opiniones de esta generación; alguno de ellos ya ha fallecido, pero la vitalidad de sus obras es evidente.

Tras los capítulos dedicados a cada científico, los autores finalizan el libro con unas conclusiones, bajo el título de Ciencia y más allá. Unas conclusiones que, en modo alguno, resumen o sintetizan la obra. De una parte, compendian de alguna manera los puntos relevantes que ha abordado cada uno de los científicos y de los presupuestos de los que partieron. Y comentan: “Nuestros seis oráculos no son pues un cuerpo uniforme de pensadores, que rechacen todos la religión en nombre de la ciencia. Ninguno de ellos, sin embargo, es religioso en el sentido habitual del término, o en ningún sentido. Sus escritos producen la impresión de que la ciencia suplanta a la religión e, incluso, la explica. Pero esto requiere más explicación”. Y la dan, en un breve apartado titulado ¿Teología sin ciencia? Parten de la pregunta de si estos oráculos están justificados a la hora de presentar sus puntos de vista como si estuvieran derivados de la ciencia. Lógicamente, la respuesta es negativa, aunque puede resultar demasiado simple, por lo que argumentan su postura, de manera breve pero detallada con aproximación a cada uno de estos científicos.