viernes, 30 de marzo de 2012

Rasputín: El Monje Loco


Monje, aventurero y cortesano ruso, mejor conocido como «El Monje Loco»; Grígori Efímovich o Yefímovich Novikh Rasputín, nació en Pokróvskoie, Rusia, en 1.872. De origen campesino y sin ninguna formación, Rasputín adquiririó pronto gran popularidad por su vida licenciosa y su fama de taumaturgo. A los diecinueve años se casó con Proskovia Fiódorovna, con quien tuvo cuatro hijos, aunque tras un corto período de tiempo abandonó a su familia para viajar por Grecia y Jerusalén. Durante esta peregrinación Rasputín vivió de las donaciones de los campesinos que encontraba a su paso; se le consideraba un místico y se le atribuía el poder de curar enfermedades y predecir el futuro.

A su llegada a San Petersburgo, en 1.903, Rasputín fue recibido como un hombre santo y en 1.908 fue presentado a la esposa del Zar, Alejandra Fiódorovna, quien ya había oído hablar de sus supuestos poderes curativos. La Zarina pensó que podría curar a su hijo Alexis Nikolaiévich, el heredero del trono ruso, que padecía hemofilia. Se especula con la posibilidad de que consiguiera aliviar su dolencia mediante hipnosis; en cualquier caso, la mejoría del heredero le granjeó la confianza de la Zarina y también la del Zar Nicolás II, fuertemente influido por su esposa.

A principios de la Primera Guerra Mundial, Rusia atravesaba un momento crítico. El zar Nicolás II asumió el mando del ejército y Rasputín legó a tener tanto poder dentro del palacio de los zares que prácticamente no había decisión que no pasase por su juicio. Su profunda influencia en la corte imperial escandalizaba a la opinión pública; además, su comportamiento le daba mala reputación y sus orgías eran bien conocidas por el pueblo, que lo designaba con el sobrenombre de El Monje Loco.

En 1.916 Rasputín impuso a su candidato, Stürmer, como presidente del Consejo. Este hecho no fue bien visto por varias personas allegadas al Zar, aunque Nicolás II no le retiró su confianza. Al fin, el terceto formado por el príncipe Yusupov, el gran duque Dimitri y el diputado de derechas Purishkiévich consumó su asesinato, decidido en una conspiración palaciega.

En el sótano del palacio de Yusupov se dispuso la mismísima tentación para un hombre de las características de Rasputín. Así pues, imaginemos la escena anteúltima: el príncipe Yusupov y Rasputín sentados en aquel sótano lleno de manjares, con una decoración cuidada y con un hogar de leños crepitantes. Los amigos del príncipe habían dispuesto todo al detalle y esperaban en el piso de arriba el desenlace ansiado. Rasputín había sido engañado, no se imaginaría nunca que aquella sería su noche final. Tanto la bebida como los bocadillos tenían la cantidad de cianuro necesaria como para matar a un batallón. Raputín y Yusupov hablaron animadamente durante bastante tiempo. Rasputín comentando sus triunfos respecto a todos los intentos de asesinato que había sufrido; el príncipe, tratando de equilibrar sus nervios, pues él estaba justo en eso de atentar contra la vida de su interlocutor en aquel momento, y parecía que aquel hombre sospechaba sus intenciones.

El tiempo corría y el hombre de confianza de los zares no probaba bocado de los tentadores dulces espolvoreados con veneno, ni bebía nada de todo lo que Yusupov le ofrecía. Cuando los nervios de Yusupov estaban por quebrarse, Rasputín aceptó una copa de vino de Crimea y comenzó a devorar los dulces mientras dialogaba en un ambiente más relajado. Yusupov, no podía creer lo que estaba viendo, el hombre aquel había ingerido la cantidad de veneno suficiente como para voltear a un regimiento. Más tarde el invitado pidió beber Madera y se rehusó a que le cambien el vaso. El príncipe quiso persuadirlo que no era de buen bebedor mezclar bebidas, sin embargo Rasputín negó el cambio. De nada le sirvió, el Madera también estaba envenenado. Todo estaba pensado para que la presa no escapara del destino que Yusupov y sus hombres le habían trazado, según sus convicciones, por el bien del imperio.

Debilitado por el veneno, Rasputín ya parecía reconocer lo que estaba pasando. Yusupov tomó un arma y pidiendo al cielo fuerzas para terminar con la ejecución le disparó al corazón. Aquel terror humano caía sobre la alfombra de oso dispuesta junto al hogar. Al oír el estampido, los hombres de arriba, Purichkevich, el doctor Sukhotin y el gran conde Demetri Pavlovich, corrieron escaleras abajo. En el caos de la marcha chocaron con el príncipe que no salía de su desesperación y torpemente dejaron sin luz el sótano. Una vez restablecido el orden vieron al hombre y lo examinaron para corroborar su muerte. La bala le había atravesado el corazón. Ahora restaba la segunda fase del plan: deshacerse del cuerpo.

Subieron para ultimar los detalles del traslado hasta la isla Petrovski. Sin embargo había temor; no podían creer que habían cumplido con su objetivo y bajaron a ver si todo estaba bien. Yusupov se acercó al cuerpo y lo sacudió para verificar su estado. En ese instante Rasputín se puso de pie: roja de sangre su blusa de seda, espuma en la boca y los ojos desorbitados de odio. El príncipe casi muere de terror. El cuerpo atiborrado de cianuro tenía una fuerza irracional y estaba trenzado en fiera lucha con su verdugo. Yusupov logró escapar y llamar a Purichkevich para informarlo de que la bestia se resistía a morir. Mientras tanto, Rasputín, alcanzó una puerta secreta y logró salir a un patio interno. "Esa puerta debía estar cerrada", pero no fue así. Los perseguidores encontraron al "teóricamente" muerto en el patio y le dispararon hasta que cayó sobre un montículo de nieve. 

Eran cerca de las cinco de la madrugada de aquel 29 de diciembre de 1.916 y Rasputín, ahora sí, había muerto. Aquellos hombres convencidos de que en aquel acto habían salvado a Rusia no podrían olvidar jamás lo sucedido entonces. Jamás podríamos saber la suerte de Rasputín de haber vivido apenas diez meses más para presenciar la revolución de octubre de 1.917 que signaría el destino de aquélla región del planeta. Sí sabemos la suerte de Yusupov que debió huir de Rusia con su esposa Irina cuando estalló la revolución bolchevique. El príncipe se estableció en París, escribió algunos libros y realizó algunas inversiones que le permitieron vivir holgadamente. Con el fantasma de aquella noche dando vueltas para siempre en su memoria, Félix Yusupov murió en Francia en 1.967. Tenía ochenta años y, aquel joven de 29 años que había dado muerte a uno de los más celebres y temidos personajes de la Rusia zarista, todavía recordaba cada detalle de lo que había ocurrido aquella noche de diciembre.

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