miércoles, 4 de abril de 2012

La Papisa


La leyenda de la Papisa Juana cuenta la historia de una mujer que ejerció el papado católico ocultando su verdadero género. El pontificado de la Papisa se suele situar entre 855 y 857, es decir, el que, según la lista oficial de Papas, correspondió a Benedicto III, en el momento de la usurpación de Anastasio el Bibliotecario. Otras versiones afirman que el propio Benedicto III fue la mujer disfrazada y otras dicen que el período fue entre 872 y 882, es decir, el del Papa Juan VIII.

Los relatos sobre la Papisa sostienen que Juana, nacida en 822 en Ingelheim am Rhein, cerca de Maguncia, era hija de un monje. Según algunos cronistas tardíos, su padre, Gerbert, formaba parte de los predicadores llegados del país de los anglos para difundir el Evangelio entre los sajones. La pequeña Juana creció inmersa en ese ambiente de religiosidad y erudición, y tuvo la oportunidad de poder estudiar, lo cual estaba vedado a las mujeres de la época. Puesto que sólo la carrera eclesiástica permitía continuar unos estudios sólidos, Juana entró en la religión como copista bajo el nombre masculino de Johannes Anglicus (Juan el Inglés). Según Martín el Polaco, la suplantación de sexo se debió al deseo de la muchacha de seguir a un amante estudiante.

En su nueva situación, Juana pudo viajar con frecuencia de monasterio en monasterio y relacionarse con grandes personajes de la época. En primer lugar, visitó Constantinopla, donde conoció a la anciana emperatriz Teodora. Pasó también por Atenas, para obtener algunas precisiones sobre la medicina del rabino Isaac Israeli. De regreso en Germania, se trasladó al Regnum Francorum (Reino de los Francos), la corte del rey Carlos el Calvo.

Juana se trasladó a Roma en 848, y allí obtuvo un puesto docente. Siempre disimulando hábilmente su identidad, fue bien recibida en los medios eclesiásticos, en particular en la Curia. A causa de su reputación de erudita, fue presentada al Papa León IV y enseguida se convirtió en su secretaria para los asuntos internacionales. En julio de 855, tras la muerte del Papa, Juana se hizo elegir su sucesora con el nombre de Benedicto III o Juan VIII. Dos años después, la papisa, que disimulaba un embarazo fruto de su unión carnal con el embajador Lamberto de Sajonia, comenzó a sufrir las contracciones del parto en medio de una procesión y parió en público. Según Jean de Mailly, Juana fue lapidada por el gentío enfurecido. Según Martín el Polaco, murió a consecuencia del parto.

Siempre según la leyenda, la suplantación de Juana obligó a la Iglesia Católica a proceder a una verificación ritual de la virilidad de los Papas electos. Un eclesiástico estaba encargado de examinar manualmente los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla perforada. Acabada la inspección, si todo era correcto, debía exclamar: Duos habet et bene pendentes (Tiene dos, y cuelgan bien). Además, las procesiones, para alejar los recuerdos dolorosos, evitaron en lo sucesivo pasar por la iglesia de San Clemente, lugar del parto, en el trayecto del Vaticano a Letrán.

Utilizada por los detractores, esas versiones se sostuvieron por muchos años hasta que en 1.562 el agustino Onofrio Panvinio redactó la primera refutación seria de aquella leyenda, mientras que los protestantes luteranos se unieron a sus argumentos en el siglo XVII.

La opinión más extendida es que se trata de una leyenda que, sin embargo, fue dada por cierta por la propia Iglesia Católica hasta el siglo XVI. Las sillas perforadas exhibidas en su apoyo no son al parecer otra cosa que las sillas curiales, que simbolizaban el carácter colegial de la Curia romana. Ninguna crónica contemporánea a los hechos narrados acredita la historia, y la lista de Papas no deja ningún resquicio en que se pueda insertar el pontificado de Juana. En efecto, entre la muerte de León IV, el 17 de julio de 855 y la elección de Benedicto III, entre los cuales sitúa Martín el Polaco a la Papisa, transcurrió muy poco tiempo, incluso teniendo en cuenta que el segundo no fue coronado hasta el 29 de septiembre del mismo año a causa del antipapado de Anastasio. Estos datos son confirmados por pruebas sólidas, como monedas y documentos oficiales de la época. La crónica de Jean de Mailly sugiere, por su parte, un emplazamiento del papado de Juana un poco anterior a 1.100. Sin embargo, sólo transcurren unos meses entre la muerte de Víctor III (16 de septiembre de 1.087) y la elección de Urbano II (12 de marzo de 1.088), y sólo algunos días entre la muerte de este último (29 de julio de 1.099) y la elección de Pascual II (13 de agosto de 1.099).

Las explicaciones de la leyenda son diversas. El mito fue tal vez ideado a partir del sobrenombre de Papisa Juana que recibió en vida el Papa Juan VIII por lo que sus opositores consideraron debilidad frente a la Iglesia de Constantinopla, o quizá por el mismo sobrenombre aplicado a Marozia, autoritaria madre de Juan XI quien dominaba la iglesia como si fuera un Papa e influía en políticas. Por otra parte, el mito también remite a las inversiones rituales de valores propias de los carnavales.

Otro punto de partida de la leyenda puede ser la prohibición del Levítico (21, 20) de que esté al servicio del Altar un hombre con los testículos aplastados, es decir, un eunuco. La idea que la prohibición conlleva de verificar que sólo hombres enteros accedan al trono papal, estuvo probablemente en el origen de la inspección ceremonial y del testiculum habet et bene pendebant, un tema sugestivo para una disputatio de quodlibet estudiantil en la escolástica de la Edad Media.

La leyenda se ha desarrollado a lo largo de la Edad Media. La primera mención conocida se encuentra en la crónica de Jean de Mailly, dominico del convento de Metz, redactada hacia 1.255. La leyenda se propagó muy rápidamente y sobre una gran extensión geográfica, lo que puede hacer suponer que existía con anterioridad y que el dominico se limitó a consignarla por escrito. Hacia 1.260, la anécdota reaparece en el Tratado de las diversas materias de la predicación, de Esteban de Borbón, también dominico y de la misma provincia eclesiástica que Mailly. Pero es sobre todo el relato hecho por Martín el Polaco en su Crónica de los pontífices romanos y de los emperadores, hacia 1.280, el que le asegura el éxito.

La acogida que hacen los medios eclesiásticos de la anécdota, que en un principio fue aceptada como cierta, se ha explicado después por el interés del caso jurídico y por una voluntad de imponer una interpretación oficial del supuesto acontecimiento. En efecto, la leyenda es rápidamente revivida con fines polémicos. El franciscano Guillermo de Ockham denuncia una intervención diabólica en la persona de Juan, que prefigura la de Juan XXII, adversario de los espirituales (disidentes franciscanos).

Durante el Gran Cisma de Occidente, la historia de Juana prueba, para las dos facciones, la necesidad legal de una posibilidad de destitución papal. También fue recogida por el polemista Jan Hus y después por los luteranos, que veían en Juana la encarnación de la prostituta de Babilonia descrita en el Apocalipsis.

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